Cuando era pequeño todos los años escribía la carta a los Reyes Magos. Era de las pocas veces al año donde escribir me motivaba y sobre todo me emocionaba. Cuando me fui haciendo cada vez más mayor, las cartas empezaron a ser muy importantes en mi vida. Comunicar una ruptura, una decepción, un agradecimiento o solamente mostrar lo mucho que quería a una persona . Sentía que estructurar todas las emociones que tenía en mi cabeza, no perder ningún matiz solo lo podía encontrar a través de la escritura, en este caso de cartas.
Aún guardo muchas de las que me arrepiento haber escrito y otras de las que nunca me arrepentiré. Conforme más mayor me hago he aprendido que muchas de esas cartas no van a tener contestación. Creo que esto es una de las cosas que más me ha costado entender en la vida. Por qué la otra persona, aunque sea de manera fea o cruel no destina un momento a contestar. Pensaba que era personal, que tal vez la otra persona tenía un problema específico conmigo o que me quería hacer daño. Ahora veo las cosas de otra manera. Tal vez sea más cínico o puede que solamente vea la crudeza que antes me quería negar a mí mismo. Muchas veces esas cartas no se contestan porque a la persona le das igual, no tiene tiempo para leerla o únicamente porque cuando las leía lo hacía por compromiso.
La gente en la que estoy pensando mientras escribo este texto no va a leerlo. No tengo pruebas pero tampoco dudas. Puede que esto sea un texto de decepción o una crónica de varios sucesos tristes acontecidos en los últimos meses. Un viaje que tal vez no se tuvo que hacer, un vínculo que se trató de estirar de más o una noche de fiesta que nunca tenía que haber ocurrido. Trato de pensar en la responsabilidad que tengo sobre lo que puedo controlar y tal vez me exceda en cosas que no dependen de mí. En terapia una de las cosas que más me costó asumir es que no puedo cambiar lo que no puedo controlar y más llevado al plano practico, que no puedo salvar a nadie.
He estado en relaciones donde pensaba que la otra persona iba a cambiar. Que la comunicación podía ir a mejor y que los problemas se hablarían. He esperado en colegas que nos veríamos más, que nuestra relación había pasado por un momento jodido y que todo se arreglaría. Quedarse es jodido, pero irse mucho más. Es asumir que esa relación no nos hace bien o que tal vez no sea el momento para que se de y segundo es asumir que hay cosas que también no han salido bien por nuestra acción.
La responsabilidad y la culpa son dos palabras muy distintas, pero la segunda es posteable y la primera un poco menos. La carga moralizante que lleva la segunda implica que un acto aunque sea inapropiado, desagradable o incómodo merece todo el peso de la inquisición, como mencionaba en un artículo previo. La responsabilidad implica darse cuenta de que algo no está bien, analizar y actuar. A veces la actuación implica volver a tender puentes y en otros dinamitarlos.
A colación de este giro experimental quería brevemente hacer unos apuntes sobre algunas cosas que escucho sobre las relaciones personales. En la epidemia de la soledad que vivimos no es casualidad que la mercantilización de nuestras vidas haya llegado a niveles máximos. Nosotros somos la mercancía. Ya no es que vendamos nuestra fuerza de trabajo durante un tiempo específico, sino es que incluso nuestro tiempo de reproducción social es mercancía. Ejemplo de esto son los influencers. Su trabajo no es tanto lo que hacen, sino ellos y ellas como producto. La maximización de la ganancia y de la extracción de plusvalía habla de como es difícil por no decir imposible encontrar esfera que no estén manchadas por el sistema capitalista.
Desde el constante cálculo a nivel relacional, donde analizamos qué nos aporta la otra persona en nuestra vida a la reivindicación de pasar tiempo solo para encontrarse a uno mismo (pero siempre bajo una lógica de consumo, mientras encuentras quién eres) muestra que como aquellos teóricos que atisban el fin del capitalismo están muy equivocados. Estamos estando en su fase de máximo esplendor. Otra cosa es que estemos brutalidad, desidia, dolor y explotación, pero eso es inherente al modo de producción capitalista.
Para concluir unas reflexiones sobre los fondos de inversión israelíes en festivales y los artistas. Punto primero, bajo el capitalismo no hay consumo ético. Ni Humana, ni Vinted ni mi prima tejiendo jerséis de lana agenda 2030 es anticapitalista. Sigue existiendo la explotación, la posesión privada de los medios de producción por parte del capitalista y es por eso que tratar de buscar en el localismo una alternativa, la superación del capitalismo es algo que tiene que ser un objetivo a nivel mundial-
Segundo, los mensajes aparte de ser tibios son estériles. No descarto que muchos cantantes con tal de no verse cancelados, se haya subido al barco de condenar la colaboración con Israel. Dicho esto, los artistas no controlan absolutamente nada dentro de su proceso de producción. Como asalariados que son la mayoría, aunque muchos de ellos millonarios, no dejan de producir con una tecnología, unos medios y una información que no les pertenece. Otra cosa es que durante un proceso de grabación, de venta de fuerza de trabajo, la discográfica te deje disponer de ellos durante un tiempo específico con la idea de obtener un beneficio posterior.
Pensar que los artistas tienen un poder divino sobre sus condiciones materiales es una ficción, y ya vemos como aquellos artistas que son millonarios toman cualquier oportunidad para fundar su propio sello y discográfica con el objetivo de explotar a otros, porque han visto la miseria que supone vender su fuerza de trabajo. Dicho esto, poner un post diciendo que el Sónar son unos hijos de puta y hacer una actuación pedorra diciendo Palestina libre es fútil. Palestina no será libre bajo el capitalismo y la incapacidad internacional de la clase trabajadora para parar este genocidio habla de la derrota histórica en la que se encuentra sumida.
Los artistas, los que se autoperciben como tal son figuras específicas cuyas posiciones políticas están definidas a lo que diga un contrato específico. Como cualquier asalariado, si se posicionan contra sus jefes verán las consecuencias de esto, cortándoles contratos, financiación o siendo olvidados de los circuitos comerciales.
Para otro artículo quedaría la categoría artista. Luchar para eliminarla es un deber. Pintar, escribir, cantar, diseñar no puede estar limitado a unos pocos que solo reproduzcan el discurso ideológico del capital en sus múltiples concepciones y con sus numerosas contradicciones. Hay que romper con esta escisión entre lo público y lo privado a la que nos somete el capitalismo, y que no solo unos pocos puedan tener el privilegio de poder tener lo bello.